La locura del Portador

En estas oscuras y lúgubres palabras, no hallarás el menor ápice de arrepentimiento o pesar. Ahora, en la cima de mi locura, no anhelo escapar de mis indecibles actos
Mano sosteniendo un craneo y un gran anillo. El anillo esta siendo consumido por el fuego

En estas oscuras y lúgubres palabras, no hallarás el menor ápice de arrepentimiento o pesar. Ahora, en la cima de mi locura, no anhelo escapar de mis indecibles actos. Pues, ¿qué esperanza hay para mí, cuando me he hundido tan profundamente en la oscuridad que ya no puedo encontrar un camino de regreso a la luz?

En los últimos momentos de lucidez que me quedan, solo puedo ansiar la dulce liberación que solo la muerte puede otorgar. Sí, la muerte es la única verdad en este descenso inexorable hacia la locura.

Pero antes de partir, debo contarte lo que he visto y lo que he hecho, no como un vano intento de redención, sino como una advertencia de los peligros que acechan en los abismos más profundos de la mente humana y la culpa.

A pesar de que mi razón ha sido desgarrada en pedazos, aún puedo recordar los detalles de esta terrible oscuridad, cuando los antiguos demonios de la noche se alzaron para reclamar lo que es suyo.

Escucha, oh mortal, y aprende de mi locura. Pues en la oscuridad más profunda, en los lugares donde las mentes más fuertes se desmoronan, y donde la muerte es el único consuelo, es donde se esconde el remordimiento.

Al igual que cualquier otro día, me presenté puntualmente en mi puesto en la gendarmería al costado de la ruta 5, listo para mi tarea como «extractor de información». Como el sol salía en el horizonte, llegó una nueva remesa de insurrectos y proscritos, todos ellos prisioneros del estado.

Pero fue uno en particular quien llamó mi atención. Su nombre era John Hollen, un hombre extranjero de Massachusheets que había venido a impartir clases sobre lenguaje y comunicación en la Universidad de Santiago de Chile. La ironía no se me escapó: este hombre, que se suponía que debía enseñar a los jóvenes sobre la comunicación, ahora estaba en mi poder, un simple peón del gobierno, obligado a extraer información de él por cualquier medio necesario.

A medida que los días pasaban, me sumergía cada vez más en la tarea de obtener información de Hollen. Mi trabajo como «extractor» me había llevado a lugares oscuros y peligrosos antes, pero algo en Hollen me hacía sentir incómodo. Sus ojos parecían contener secretos inquietantes, su voz tenía un tono extraño y una cadencia que me daba escalofríos.

Fue en la tercera noche de su interrogatorio cuando Hollen habló en un idioma que nunca había escuchado antes. No parecía tener sentido alguno, pero algo en su tono y ritmo me hizo temblar. Era como si estuviera hablando en una lengua que no debería existir en nuestro mundo. A pesar de las evidentes advertencias del terror que me esperaba, seguí mis largas sesiones de tortura y experimentos macabros en busca de los límites del umbral del dolor. No puedo decir que no disfruté llevando a cabo esos actos satánicos, despojando a mis víctimas de su humanidad hasta dejar solo cuerpos sometidos a mi voluntad. El profesor John Hollen fue uno de los que más aguantó, soportando mi sadismo durante 7 días calurosos y 9 frías noches, pero su último suspiro llegó sin que yo pudiera conseguir la información que se me exigía.

Antes de que ingresaran a mi celda, todas las pertenencias de mis víctimas eran minuciosamente revisadas en busca de cualquier objeto oculto. Pero desconozco cómo el profesor Hollen logró mantener un anillo oculto hasta el momento de su muerte. En el momento de su óbito, aquel anillo resplandeció y sonó hipnóticamente cuando cayó del cuerpo del profesor. Parecía una danza interminable, reflejando una oscura blasfema silueta en los alótropos incrustados. De repente, la fascinación se apoderó de mí. Antes de que alguien más lo viera, cogí el anillo y lo escondí en mi bolsillo. Brillaba de una manera indómita, como si tuviera un poder oculto y siniestro.

Continué mi día como si nada hubiera sucedido, pero el anillo era como una presencia constante en mi bolsillo, una fuerza extraña que se retorcía y oscilaba. A veces, en momentos de quietud, podía sentir su calor y su pulso, como si estuviera vivo.

De camino a casa y en la oscuridad de la noche, la sombra de la luna se cernía sobre la carretera desolada de la ruta 5. Caminaba solo, sintiendo como algo acechaba detrás de mí, una presencia que me atormentaba y me hacía sentir más vulnerable que nunca. ¿Era la culpa de mis pecados pasados, o la conciencia que me recordaba las horribles torturas y experimentos macabros que había llevado a cabo?. Pronto supe que no era una simple ilusión, algo físico y real estaba allí detrás de mí, como si me estuviera observando. Me detuve tras una parada de autobús abandonada, y ahí estaba, en el fondo de la sombra, la silueta del profesor John Hollen. Grité en busca de una respuesta, pero solo el silencio me respondió. Sacando mi arma, percutí tres tiros al aire, en un intento desesperado de ahuyentar a aquella tétrica sombra que me observaba con su mirada penetrante y enjuiciadora. Pero la sombra permanecía allí, avanzando lentamente hacia mí, como una presencia que desafiaba la realidad misma. ¿Era una ilusión, o era algo más? No lo sabía, pero sabía que tenía que huir de allí antes de que fuera demasiado tarde.

Mis pies parecían moverse por inercia, como si la propia noche se hubiera apoderado de mi voluntad. A pesar de todo mi empeño, sentía que esa sombra, esa presencia oscura, aún me perseguía con cada zancada que daba. De pronto, algo empezó a emanar de mi bolsillo, un aroma repulsivo, nauseabundo, como si una putrefacción hubiera tomado vida propia en su interior. Al sacar mis manos, me encontré con una sustancia viscosa y negra, con un tacto que me hizo pensar en la sangre coagulada, pero con un hedor que me hizo pensar en la muerte misma. Sin poder contener el horror que se adueñó de mi cuerpo, comencé a frotarme frenéticamente contra mi ropa, intentando deshacerme de esa abominación. Sin embargo, cuanto más intentaba eliminar ese asqueroso residuo, más penetrante se hacía su olor, más insistentes sus texturas. 

Al llegar a mi casa, encontré que las paredes se acercaban, los umbrales se estrechaban y el suelo se movía bajo mis pies, como si el mundo entero conspirara en mi contra. Me adentré en mi refugio, esperando que aquello que me seguía no se atreviera a entrar. Atónito y tembloroso, me acerqué a las cortinas. Una presencia oscura y amenazante se cernía detrás de ellas, acechando mi cordura. Sabía que no podía ser el profesor, pero mi mente me traicionaba y así lo veía. Mi hogar, que antes había sido mi refugio seguro, ahora se sentía como una celda en la que había encerrado a mis víctimas. Las sombras proyectadas por la luna en mis cortinas se retorcían y cambiaban sin cesar, creando formas monstruosas y aberrantes que danzaban a su alrededor. Un sonido inhumano y ensordecedor resonaba en mi cabeza, tal vez fuera real o tal vez solo una manifestación de mi locura. El líquido viscoso y negro seguía fluyendo de mis bolsillos, como si fuera una criatura malvada que buscaba la manera de escapar de su prisión. Sentí un impulso irrefrenable de buscar la fuente de ese líquido, y en medio de ese caos interno, encontré de nuevo el anillo del Profesor John Hollen. Al tomarlo en mis manos, la joya brillaba con un fulgor hipnótico, como si el fuego ardiente del caos estuviera contenido dentro de ella. De repente, supe que esa joya había sido la raíz de todos mis males, y que había abierto la puerta a una dimensión más allá de la comprensión humana. La percepción del tiempo y del espacio se ha desvanecido, y la certeza de mi existencia es tan endeble como un hilo. Solo tengo una tarea, una obsesión que me impulsa a seguir adelante en esta existencia sin sentido: escribir esta carta de advertencia, para que quien la encuentre no caiga en la misma trampa en la que yo caí. No tomes este anillo, este objeto de brillo hipnotizante que me ha llevado a las profundidades de la locura, el cual ha abierto las puertas a los horrores que yacen más allá de la comprensión humana. Este anillo es mi verdugo, el juez y ejecutor de mi destino, y me condenará por toda la eternidad.

Teniente Ramirez, Chacabuco 1974.

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